La cabeza de Medusa (fragmento)
El interior del coche era tibio y olía a alcohol. Quizá olía desde el principio, pero Sofía no se había dado cuenta hasta que el copiloto hipó. Él volvió la cabeza y le guiñó un ojo. Ella miró hacia delante, deseando que el viaje acabase pronto. No te preocupes, mamá, enseguida estaré en casa, en mi camita.
—¡Disculpas, señoras, disculpas! Normalmente conduzco más suave ¿no es cierto, Pedro? Diles que yo lo hago todo suave, suave... Es el condenado atasco. ¿Sabes qué? Voy a coger un atajo, sí. Nos echamos al monte.
—Sí, cógelo –animó Pedro –. Por el atajo hay menos posibilidades de encontrarnos con un control y que nos hagan soplar...
El coche giró hacia la derecha por una carretera. Subió por la cuesta y llegó a un cruce. Otro cruce y otro más, hasta perder la cuenta. Sofía deseaba adormecerse, pero la música atronadora, las carcajadas de los chicos, la mantenían alerta. Este camino por el que iban ahora, en medio de árboles, donde no se veía ninguna casa, parecía no tener fin. Pero de repente llegaron a un lugar donde terminaba el asfalto. Sofía recordó vagamente una señal, unos kilómetros antes, un rectángulo encarnado, carretera sin salida.
—Nos hemos perdido –dijo el copiloto–. Tú y tus ideas de bombero. Un atajo a ninguna parte. Da la vuelta, anda.
—Ahora no me da la gana –dijo el otro.
Y apagó el motor, aunque sin quitar el contacto. En medio del monte la música sonaba ensordecedora. Abrió la puerta y salió. En su mano había una botella de ginebra. O tal vez vodka. Después abrió la puerta trasera y tomó a Sofía de la mano.
—Vamos a bailar a la luz de la luna.
Sofía no quería salir del coche, pero Lupe le dio con el codo y murmuró, es mejor seguirle la corriente, no nos vaya a dejar aquí tiradas. Ella ya estaba bajando y danzaba enfrente del copiloto, que se reía de forma incontrolable. Sofía intentó hacer lo mismo, bailar sueltos, a pesar del daño que le hacían los zapatos, pero su pareja la enlazó por la cintura, echándole encima el aliento a alcohol. Ginebra, definitivamente. Era un chico altísimo, musculoso, quizá no tan guapo como el copiloto, pero con el cuerpo de un atleta.
—No estés tan rígida –dijo él– ¿no te gusta bailar a la luz de la luna?
—¿Luna? ¿Qué luna? Yo lo veo todo nublado.
—Falta de imaginación. ¿No es mucho más romántico bailar aquí que en una discoteca?
—Depende. Si no me hiciesen daño los zapatos, tal vez.
Él soltó una carcajada.
—Ven, mujer. ¿Por qué no me lo dijiste antes? Pasadas las doce de la noche las princesas deben quitarse los zapatos de cristal.
Abrió la puerta trasera del coche y la ayudó a sentarse. Luego, con mucho cuidado, le quitó los zapatos.
—¿Mejor?
—Mucho mejor. ¡Qué alivio!
Tal vez no fuese mala gente, sólo estaba un poco bebido. No te preocupes, Rubén. No problem, baby. Había que pedirle que las llevase a casa. Él tomó sus pies con las manos y comenzó a acariciarlos, por encima de las medias.
—¿Mejor así? Mis masajes son famosos. Lo hago todo muy suave. Dime que los tienes mejor.
—Sí, los tengo mejor, pero... estoy muy cansada. Llévame a casa, por favor.
Él no la escuchaba. Sus manos subían piernas arriba.
—Tienes unas rodillas preciosas. Ya te lo habrán dicho muchos...
—No sé... ahí no, por favor... por favor...
—¿Qué haces? Pórtate como una buena chica y no me des patadas, que me enfado. Yo por las buenas soy un pedazo de pan, pero por las malas...
—Sé bueno y déjame, entonces.
—¿No te gusta que te toque las piernas? Os gusta a todas. Tienes los muslos muy suaves.
—No me gusta, no... Quita la mano, por favor...
—Te va a gustar. Lo vamos a pasar muy bien, tú y yo, lo haré suave, pero tienes que portarte bien. Déjame que baje esas bragas tan bonitas. Te va a gustar, ya verás, así, así...
—¡No quiero! Suéltame.
—¡No me arañes! ¿Tú crees que se puede ir calentando a los hombres con esos muslos al aire y dejarlos compuestos? Pon aquí la mano. Mira que dura la tengo... por culpa tuya.

Robinsón contado por las alimañas (Cuentos de la Sapa Cururú: Tigre azul)
Hace muchos, muchos años, queridos sapillos cururú, vivía en el cielo un gran animal, llamado Yagua Yhovy, es decir Tigre Azul. Tigre Azul es el más grande de todos los tigres que jamás existieron.
—¿Más grande que Yaguatirica?
—¡Más, muchísimo más!
—¿Incluso más grande que Onza?
—Mucho más grande que Onza. Onza es el mayor felino de América, pero Tigre Azul vive en el cielo. Tigre Azul es incluso más grande que los tigres indios, los más grandes del mundo de aquí abajo.
Tigre Azul es distinto de Onza y del tigre indio, pues su pelaje es azulado, del color del cielo cuando se prepara para derramar la lluvia.
Y sobre todo, lo que distingue a Tigre Azul de Onza y del tigre indio es su dieta. Onza y el tigre indio comen jabalíes, conejos o liebres. Tigre Azul come estrellas y cometas, planetas, asteroides y planetoides, objetos transneptunianos o, si está muy hambriento, cúmulos estelares y nebulosas. Hasta puede darle un mordisco a una galaxia que pase a su lado. Algunos dicen que su color azul es debido a esa comida a base de cuerpos celestes.
Cuentan que un día Tigre Azul se zampó a Plutón y que esa ha sido la razón de que desapareciese de la lista de planetas.
Hace muchos años un avispón que subió volando desde Tierra clavó su aguijón en Tigre Azul y éste enloqueció de dolor. Entonces prometió vengarse y bajó dispuesto a devorar la Luna y el Sol, para sumir Tierra en las tinieblas.
Brincó una vez y llegó a ochocientos años luz de Tierra, a la constelación de Orión, donde encontró a la estrella Rigel, que también es azul.
—¿A dónde vas Tigre Azul? –preguntó Rigel.
—¡A devorar la Luna y el Sol y sumir Tierra en las tinieblas! –rugió Tigre Azul.
Brincó una segunda vez y llegó a setenta años luz de Tierra, a la constelación de la Novilla (que algunos llaman del Toro), donde encontró a la estrella Aldebarán.
—¿A dónde vas Tigre Azul? –preguntó Aldebarán.
—¡A devorar la Luna y el Sol y sumir Tierra en las tinieblas! –rugió Tigre Azul.
Brincó una tercera vez y llegó a ocho años luz de Tierra, a la constelación del Can mayor, donde encontró a la estrella Sirio, la más brillante del cielo.
—¿A dónde vas Tigre Azul? –preguntó Sirio.
—¡A devorar la Luna y el Sol y sumir Tierra en las tinieblas! –rugió Tigre Azul.
Y en medio del último brinco, cuando estaba a punto de llegar al Sol, encontró en un campo de asteroides al Colibrí Lanza-relámpagos. El Colibrí Lanza- relámpagos es un pájaro, parecido a Tangará, pero que en vez de cantar trinos lanza rayos y truenos, relámpagos y centellas y otros meteoros de los que no recuerdo el nombre.
—¡Detente Tigre Azul! –exclamó el pequeño Colibrí – ¡No devores al Sol y a la Luna!
—¿Cómo te atreves a llevarme la contraria? –bramó Tigre Azul.
—Aunque tú lo ignores –dijo el pequeño Colibrí – ni el Sol ni la Luna son buena cosa para comer. El Sol tiene unas manchas solares que lo hacen muy indigesto. Además, a medida que lo vayas comiendo y colapse, se transformará en una estrella de neutrones y, si te descuidas, en un agujero negro. Y ya sabes lo que ocurre si estás cerca de un agujero negro, caes en él irremisiblemente atraído por la gravedad.
En realidad el pequeño Colibrí estaba mezclando verdades con trolas. Como sabéis, son las estrellas gigantes, no las de menor tamaño como el Sol, las que acaban transformándose en agujeros negros. No obstante, Tigre Azul no era muy partidario de los estudios y nunca había leído un libro de Astronomía, de modo que se creyó la historia al pie de la letra.
—No merezco acabar tragado por un agujero negro –dijo Tigre Azul –. Así que me zamparé la Luna.
—Si yo fuese tú –dijo el pequeño Colibrí –, lo pensaría dos veces antes de zamparme la Luna. En este momento está en creciente y puedes atragantarte con uno de sus cuernos, como si fuesen las espinas del pez surubí.
—¡Algo tengo que devorar! –aulló Tigre Azul – ¡Tengo hambre!
—Te voy a dar una comida deliciosa –dijo el pequeño Colibrí –. Crujientes relámpagos, rayos que burbujean como sorbos de champán, dulces nubes y de postre... lo más exquisito que hayas probado nunca, un arco iris.
Así fue como el Colibrí Lanza-relámpagos salvó a la Luna y al Sol y libró a Tierra de quedar sumergida en las tinieblas para siempre.

—¡Más, muchísimo más!"