Para leer

Palabras en la piel

Tuve que ejercer todo mi poder de seducción para que las palabras se decidieran a abandonar el refugio del libro e instalarse en mi piel. El olor del pelo hizo salir a caricia, que se deslizó hacia el pezón izquierdo. Mordisqueo, más atrevida, bajó desde el ombligo al interior de los muslos, seguida por deseo. Después de retozar escondiéndose por el pubis, desde la entrada del sexo, llamaron a las otras. Vino lengua y emprendió sus particulares juegos. Placer quiso esperar a que todo estuviese húmedo. A partir de ese momento llegaron en oleadas. El último en salir del libro fue él.

(En El libro del voyeur. Ediciones del Viento, 2010)

Yo era el hambre

Dicen que este ha sido año de hambre, pero yo, desde que nací, no recuerdo uno de abundancia. El pasado hubo malas cosechas. En la roza que desmató Xacinto trabajando sin descanso, disputándole el sembradío a las aulagas, vino la peste del cornezuelo y se llevó el centeno todo. Siembra centeno, decía su padre, comeréis pan negro pero otra cosa no crece en esta mísera tierra, el trigo no ha de aguantar el invierno. También nosotros somos gente de centeno. Al perder la cosecha, Xacinto desazonado, se marchó a buscar trabajo a otro lugar y no hemos vuelto a tener noticias de él. Es así, hija mía, los hombres se van y nosotras aguantando el invierno. Yo, viéndome preñada de nuevo, a pesar de estarle dando de mamar a Saludina, quise deshacerte con el cornezuelo, recogí un puñadito de cuernecillos negros, los llevé durante varios días en un bolsillo del mandil sin decidirme a usarlos. De las tres flores del centeno sólo se logran dos, la tercera aborta. Tal vez hubiese sido mejor. No habríamos llegado a esto.

Cómo saber si lo que te llevó fue la fiebre o el hambre. Te temblaba el cuerpo, te hervían las sienes. Y el hambre enseñoreándose de la casa. No tenía leche bastante para Saludina y erais dos. Para comer, castañas pilongas mientras duraron, patatas viejas, primero las mondas. Después lo que podía apañar en el monte o en los yermos, arvejas, ortigas hervidas. Hace tres días Carme, la vecina, me dio un nabo medio agusanado. Hace dos, levantándome en medio de la noche, le robé un huevo en el gallinero, le hice un agujero por arriba y otro por abajo, lo aspiré crudo. La cáscara la tiré al fuego antes de pensar en que hubiese podido comérmela, dicen que da fuerza a la leche. Ayer, nada. A la noche soñaba con un mendrugo de pan centeno. Como iba a tener leche si hasta la sangre me dejaba de correr por las venas. El hambre, royendo desde mis entrañas, iba ocupando su lugar. Toda yo era una tea ardiendo en llamaradas de hambre.

Iba al naciente a buscar agua fresca, te mojaba el cuerpecillo para conjurar aquella calentura. Y de golpe una tembladera que sacude tu cuerpo, un frío. Te quedas yerto en mis brazos. Te llamé a voces, Cosme, Cosme, intentando apresarte con un cordel inútil, el nombre apenas pronunciado. La niña aullaba. Ella había sentido la muerte acechando por las rendijas de las tablas. Yo no. Y ahora impotente, tu cuerpo en mi regazo, mi cuscurrito de centeno. Cubrí tus manos de besos, lamiendo de los deditos el sudor de la última calentura. Metí tus dedos bajo la lengua, para restituirles el calor. Después, no sé cómo, me encontré escupiendo los huesecillos, incapaz de parar en los brazos, en los hombros. Comulgando con tu carne, con mi carne. Cosme, Cosme. Sin detenerme. Aspirando el huevo mío. Tu carne recorriendo el camino de vuelta a mi vientre, la sangre vertiéndose en mi sangre, conjurando la muerte. Tu nombre un hervor entre los ojos. hiel y cenizas bajo la lengua. Los huesos, envueltos en un paño nuevo, enterrados bajo el serbal.

Saludina ha dejado de llorar. De mañana en ocho días cumplirá un año. Si llegamos. Al amamantarla sus dientecitos me muerden el pezón, como hacía Xacinto hace tiempo. Muerde, mi niña, mi niño, más fuerte. Ha vuelto a subir la leche, mezclada de sangre o de lágrimas. Muerde, muerde más fuerte.

(de 'O coitelo en novembro', 2010)

Habla caperucita

Me llamó y me metí en la cama con él. Hacía como que iba a comerme, royendo las uñas poquito a poquito y luego tragando las virutas. Otras veces metía en la boca los dedos, la mano o incluso el brazo entero ¡tan pequeño! Comerse el uno al otro, así hacen los que se aman. Yo no podía comerlo, siendo tan grande, tan enorme, con aquellos pelos hirsutos, el relámpago de los dientes blancos, la voz profunda como los truenos. Entonces le quitaba las garrapatas que se ensañaban con él como con todos los lobos y después las comía, reventando de sangre que chorreaba por mi boca, por la barbilla, manchando mi vestido. Por eso dijo el cazador, cuando nos encontró la primera vez, que yo iba ensangrentada, que se había roto esto o aquello, que él estaba comiéndome y había tenido que sacarme de lo más profundo de sus tripas. No era cierto y, por otro lado, si nos comemos el uno a la otra es por amor. También Beatriz se comió a Dante o por lo menos comió su corazón, el centro del centro. Tampoco es verdad que el cazador lograse herirlo, sino que no pudiendo enfrentarse a la escopeta cargada, huyó a lo más oscuro del bosque.

Pero yo había probado su sangre, la sangre que reventaba el cuerpo resbaladizo de las garrapatas que sabían a tierra, a metales herrumbrosos. La luna comenzó a cambiar mi cuerpo. Dentro de mí nacían relámpagos y truenos, cuchillos de lenguas, dientes afilados como esquirlas de cristal. Cuando el cazador nos encontró la segunda vez éramos dos y no pudo escapar. Desde entonces unas veces voy yo a buscarlo a lo oscuro del bosque, otras viene él y entra conmigo en la casa, engañando a los otros con su gesto de perro, los ojos bajos para no descubrir los relámpagos de tormenta que anidan en ellos.

(Debúxame un conto, Ilustradores galegos 1998)

arrojado

arrojado desde lo alto del estante como un gordo pez negro el diccionario de doña María la golpeó en la frente, salpicándola con escamas de palabras, anegándola en sus olas de sinónimos y adverbios.

(La Voz de Galicia, 17 maio 2001)

 

hyndo d ls adjtvs

s lrgo a td vlcdd prsguida x ls adjtvs q prtndían intrdcrse en su mnscrto, rblndcndl c ss vscss bbs; 1 sdrjlo scpio en l 1ª pg & n tv + r1/2 q spchrrlo c1 mrtllo.

 

Narrativa
"Te llamé a voces, Cosme, Cosme, intentando apresarte con un cordel inútil, el nombre apenas pronunciado."